Una bacteria que acecha en el agua pulverizada
La legionelosis, un tipo de neumonía identificada en 1976, y desde 1997 de declaración obligatoria ante las autoridades sanitarias en España, no se contagia persona a persona. Tampoco se contrae al beber agua ni a través de los alimentos. Para resultar infectado se ha de inhalar agua pulverizada en forma de aerosol (gotas minúsculas). Existen tres fuentes principales para este tipo de aerosoles. La primera es la red de distribución de agua de los edificios, a través de los grifos y las duchas. La segunda son los respiradores y humidificadores que en los hospitales se reutilizan con los pacientes. La tercera son las torres de refrigeración y los sistemas de aire acondicionado donde, como supuestamente ha sido el caso de Vigo, el flujo del aerosol suele proceder del interior del edificio a la calle. Este caso es especialmente grave porque, si el foco de contaminación está situado en un lugar transitado, el contagio puede ser masivo. La temperatura idónea para la proliferación de la bacteria oscila entre 40 y 60 grados. Para limpiar las instalaciones hay que clorar fuertemente el agua y someterla a choques térmicos muy bruscos. Los síntomas son dolores de cabeza, fiebre alta, tos seca, escalofríos, dolores pulmonares y abdominales. El mayor riesgo lo corren ancianos, fumadores, enfermos de las vías respiratorias y quienes tienen las defensas bajas.
Hay tratamiento: el antibiótico eritromicina, pero siempre bajo control médico. Si se administra en los primeros cinco días del contagio, el riesgo de mortalidad es sólo del 8%; pero si se tarda más de cinco días sube al 15%.
Hace un año, la comarca de Alcoy (Alicante) sufrió varios brotes, con una treintena de afectados, y en septiembre pasado otro con unos 20 enfermos y un muerto.
Pero ha habido más casos alarmantes, como la muerte de tres pacientes en 1998 en el Hospital Miguel Servet de Zaragoza, un caso en el Hospital Xeral Cíes de Vigo, dos muertes en el Clínico de Zaragoza en 1999, dos casos en el Virgen del Rocío de Sevilla y otros dos en el Hospital General de Navarra.
El año pasado, se registró en Holanda un devastador foco con 15 muertos y 42 internados. El brote procedía de una fuente de agua instalada en una exposición floral.
Calor
A la legionella, la bacteria que causa la legionelosis, le gusta el calor. Para reproducirse necesita una temperatura superior a los 25 grados, y, si ronda los 37 grados, mejor. Por eso los primeros casos se detectaron en zonas de veraneo (también se llamó enfermedad del turista) y entre los legionarios destacados en África hace unos 25 años. Éstas son sus principales características.
- Origen. Es una bacteria ambiental. Se encuentra de manera natural en las superficies de ríos, lagos y estanques, desde donde pasa a colonizar los sistemas de suministro de agua de las ciudades y los polígonos industriales.
- Forma de contagio. No se transmite por el contacto entre personas o por los alimentos ni la bebida. Tampoco ha habido casos de transmisión de animales al hombre. El peligro viene cuando se conjugan dos factores, una temperatura apropiada para que la legionella prolifere, y un sistema de aspersión que deja gotas minúsculas en el aire que el hombre respira.
- Focos. Los más frecuentes son los sistemas de refrigeración, que expulsan aire húmedo al entorno de los edificios. También son fuentes de contagio los sistemas de riesgo por aspersión, las piscinas climatizadas y, en algunos casos, el agua de las duchas calientes, sobre todo si las cañerías o los depósitos por los que pasa el agua están muy sucios. La porquería que se acumula en las conducciones -la biomasa- sirve de alimento para la bacteria, y facilita su dispersión. El otro foco de contagio son los hospitales, sobre todo los respiradores médicos. Ahí la legionella juega con ventaja: se hace resistente a los antibióticos en quirófanos y zonas de espera, y coloniza personas enfermas y con menos defensas.
- Incubación. El hombre inhala aire con minúsculas gotitas que transportan la bacteria, y este aerosol llega a los pulmones. El cuerpo humano reúne las condiciones ideales para que la legionella prolifere: un ambiente húmedo y a 37 grados de temperatura. En una persona sana, el sistema inmunológico se encarga de deshacerse de la infección. El periodo de incubación de la legionelosis oscila entre los dos y los diez días.
- Grupos de riesgo. Quienes corren más peligro de infección son los mayores, los niños o enfermos con problemas cardiorrespiratorios o inmunodeprimidos. Sus defensas no son capaces de deshacerse de la bacteria, lo que puede acabar en una neumonía. Se combate con la eritromicina, un antibiótico muy corriente.
El pediatra que descubrió el peligro\nde la colza desnaturalizada
El pediatra Juan Casado era "un joven médico con muchas ganas" en 1981. Tenía 35 años cuando vivió cómo las urgencias del Hospital del Niño Jesús de Madrid, un centro especializado en atención infantil, se llenaban de niños con una rara enfermedad. "Los recibíamos con sarpullidos, con fiebre". Eran víctimas de lo que luego se supo que era un desvío para consumo humano de aceite de colza desnaturalizado destinado a un uso industrial. Aunque la historia demostraría que los niños eran de los menos afectados, fue precisamente un chico de ocho años, Jaime Vaquero García, de Torrejón, la primera de las víctimas de lo que se denominó neumonía atípica o síndrome tóxico.
Pero ese no fue el primer nombre. Cuando los hospitales empezaron a llenarse de afectados, lo primero en lo que se pensó fue en una legionela, porque en el esputo de un afectado encontraron la bacteria correspondiente. "Más tarde, en una necropsia, encontraron Micoplasma neumónica, y la versión oficial fue que se trataba de una neumonía", añade.
En apenas las primeras semanas de mayo, Casado vio a 232 niños con la enfermedad. El hospital se colapsó. "Hubo que cerrar los quirófanos, y usarlos para alojar a los niños", cuenta el pediatra. "Durante aquellas cinco semanas, prácticamente viví en el hospital", recuerda. Y es que algo no encajaba. "Aquel diagnóstico de neumonía despistó mucho", afirma. El Ministerio de Sanidad estableció que se tratara con un antibiótico, eritromicina, pero los pacientes no mejoraban.
Casado, que era entonces miembro del equipo que dirigía Juan Manuel Tabuenca, empezó a experimentar por su cuenta. "Probamos a usar otro antibiótico, otros fármacos, pero nada", relata.
Había sobre todo dos cosas que no cuadraban con la idea de una infección. La primera, la distribución de los casos. "Enfermaban en una vivienda, y en otra no; y en la que lo hacían, muchos niños no enfermaban", dice el pediatra. "Los microbios no se transmiten así", afirma. Además, había una cuestión bioquímica: los afectados tenían muy altos los linfocitos eosinófilos, que se asocian a alergias o parásitos. "Pero hubo que descartar que, estando en mayo, no estábamos viendo una reacción alérgica en los eosinófilos". Comparando con datos de otros años y personas sanas lo descartaron. "Aproximadamente al mes ya teníamos claro que no se trataba de un microbio", afirma.
Aquella convicción acababa con la famosa teoría del "bichito que si se cae de una mesa se mata" del ministro de Sanidad, Jesús Sancho Rof. Pero no daba una respuesta.
Con la idea ya de un tóxico en la cabeza, empezaron a buscar alimentos que los niños, los menos afectados, no consumían. Fueron días de confusión. Se habló de las hortalizas, los tomates, el agua. "Nosotros pensamos en las conservas de pescado", admite Casado.