La bacteria más asesina de la historia redujo su virulencia para poder seguir matando a millones de personas

Una bacteria de apenas una milésima de milímetro ha puesto a la humanidad de rodillas en tres ocasiones. Cuando emergió de las ratas en el corazón del Imperio Romano, en el año 541, mató a miles de personas cada día, dejando montañas de cadáveres por las calles. Fue la plaga de Justiniano, culpable de la muerte de hasta 50 millones de personas. El microbio reapareció con violencia en 1346, aniquilando a un tercio de la población europea. El nombre de aquella segunda oleada todavía produce escalofríos: la peste negra. Y la bacteria regresó en 1855, extendiéndose desde la ciudad china de Yunnan y matando a unos 12 millones de personas, en la conocida como tercera pandemia de peste. Un equipo internacional de científicos, encabezado por el microbiólogo español Guillem Mas Fiol, ha descubierto ahora que el germen usó un truco inesperado para persistir durante siglos: atenuó su virulencia para, paradójicamente, matar más.

Mas Fiol, nacido en Felanitx (Mallorca) hace 29 años, trabaja en el legendario Instituto Pasteur de París, a pocos metros de la tumba de Louis Pasteur, el padre de la microbiología, que a su muerte en 1895 fue enterrado en su propio centro de investigación. El científico español maneja en su laboratorio bacterias vivas de la especie Yersinia pestis, la culpable de las tres plagas, que figuran entre las siete más graves sufridas por el ser humano, junto a la gripe de 1918, la llegada de la viruela a América, el sida y la covid.

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Fracturas y heridas infectadas: los mayores problemas de salud que está dejando la dana

En lo peor de la dana, en los hospitales valencianos reinaba una relativa calma. La emergencia estaba sobre el terreno y no había en las urgencias un número de casos superior a los habituales. Pero tras los primeros días, comenzaron a llegar pacientes con heridas, lesiones a las que seguramente no le habían dado importancia cuando las prioridades eran salvar la vida y las pertenencias, pero que se habían infectado y empezaban a complicarse, cuenta Jose Luis Rodrigo, jefe traumatología del Hospital Universitario Doctor Peset. Estas infecciones y las fracturas ocasionadas por las caídas en el lodo son seguramente los mayores problemas de salud que está causando la dana, según coincide este médico y Salvador Peiró, integrante del Comité de Salud Pública que está supervisando las consecuencias sanitarias de la gota fría.

Es algo que ha sorprendido a los médicos, porque aunque eran afecciones previstas y esperables, quizás no en tanta medida como en la que se están produciendo. La vista estaba puesta sobre todo en las diarreas y las infecciones gastrointestinales que puede causar el contacto con las aguas contaminadas. “Está habiendo muchas y seguramente habrá más, pero la mayoría se atienden sobre el terreno, y por el momento no tenemos registradas más de las que se notifican en las mismas fechas de otros años”, aclara Peiró.

Este tipo de infecciones son frecuentes porque la población que está en contacto con el lodo puede abrir con las manos sucias las botellas o coger comida sin haberse limpiado concienzudamente. “Bacterias como el Campylobacter [la mayor causante de diarreas], se propagan con facilidad en estos contextos, aunque la gente no está bebiendo directamente agua contaminada”, señala Peiró, que aclara que la recomendación que se mantiene en los municipios afectados de no ingerir agua del grifo se debe a que no se sabe si puede haber filtraciones. Por eso, continúa, es recomendable tomarla embotellada o, si no es posible, hervida. Y, en cualquier caso, protegerse bien en el contacto con el barro.

La Consellería de Sanidad de la Comunidad Valenciana no ha facilitado datos epidemiológicos a este periódico, por lo que es posible cuantificar casos atendidos de unas u otras dolencias.

Rodrigo explica que solo en su hospital, tras los primeros días, tuvieron que operar de urgencia a medio centenar de personas con traumatismos abiertos y, sobre todo, heridas infectadas. “No requieren simplemente una cura, un antibiótico y marcharse a casa. Hay que limpiarlas en quirófano, no solo en la sala de curas, porque se crean celulitis, accesos, se necrosan parte de los tejidos. Si evoluciona bien, el paciente queda ingresado con tratamiento intravenoso, y, si no, tiene que volver de nuevo al quirófano para volver a operar”, narra el cirujano.

El objetivo es que no se produzca una sepsis, una infección generalizada en todo el organismo que puede acabar con la muerte del paciente. La buena noticia es que en su hospital no se ha producido ningún fallecimiento y, de ese medio centenar de personas ingresadas al principio, solo quedan dos en planta. “Hemos tenido que realizar alguna amputación en algún caso muy grave, con pacientes muy vulnerables, pero eso ha conseguido salvarles la vida”, señala.

Para este operativo, los hospitales movilizaron los primeros días al personal para abrir más quirófanos, ya que el de urgencias por defecto no era suficiente para estas cirugías: además de los traumatólogos, que son los que suelen operar en estos casos, son necesarios anestesistas, personal de enfermería, auxiliares... En centros como el Peset se han pospuesto las intervenciones no urgentes “como medida de prevención”, explica una portavoz.

Tras estos primeros días de actividad más frenética, los hospitales desplazaron personal sobre el terreno para anticiparse a los casos, por lo que la afluencia a las urgencias ha bajado mucho. “Si las heridas se detectan y tratan a tiempo, no son necesarias las operaciones”, remarca Rodrigo.

Infecciones infrecuentes

Los sanitarios no están detectando afecciones posibles, como hepatitis A, ni otras amenazas, como cólera y tifus, que en cualquier caso se consideraban muy improbables. Entre las infecciones menos frecuentes hay dos posibles casos de leptospirosis, que en una situación así son previsibles, ya que se transmiten por las orinas de los animales, que pueden llegar a los humanos a través de las mucosas o, sobre todo, de las frecuentes heridas que se producen en las zonas afectadas.

Es una infección bacteriana que se manifiesta de forma parecida a un proceso gripal, con fiebre, dolor de cabeza, a veces vómitos... La leptospira, causante de la enfermedad, está en los ecosistemas y antiguamente era más frecuente detectar casos, pero Peiró explica que desde hace años, con la mecanización de la siega del arroz y las medidas de seguridad laboral se ha reducido mucho, aunque cada año en España se siguen registrando unas decenas de casos. “Aunque puede llegar a ser muy grave, si se detecta a tiempo, responde muy bien a la doxiciclina [un antibiótico de la familia de la penicilina] y generalmente se pasa sin más contratiempos. Las complicaciones pueden llegar si pasan muchos días desde los síntomas”, aclara el médico.

Una de las preocupaciones de los equipos de Salud Pública es que se retiren cuanto antes las basuras ―”algo que se está haciendo”, dice Peiró― para evitar que ratas y otros animales acudan y con sus desechos sigan infectando las aguas estancadas, lo que en un contexto como el de la zona cero puede ser un caldo de cultivo para infecciones.

Por esta misma razón, las autoridades sanitarias recomiendan no pasear a los perros por las zonas enfangadas, ya que pueden contraer infecciones como la leptospirosis, que no solo les pueden afectar gravemente, sino también transmitirlas a los humanos. Y es especialmente complicado detectarlo en ellos, puesto que suelen estar vacunados y presentan anticuerpos que pueden confundir las pruebas más sencillas.

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