El tratamiento de larga duración con antibióticos reduce el riesgo de infarto

Un tratamiento antibiótico de un año reduce el riesgo de padecer infarto, según un estudio realizado por investigadores del Reino Unido y que hoy publica la revista Circulation, de la Asociación Americana del Corazón.

La idea de que infecciones bacterianas están implicadas en algunos infartos no es nueva. Se sospecha de la bacteria Helicobacter pylori (responsabe de la mayoría de las úlceras) y de Clamidia pneumoniae (que afecta a los pulmones). Los investigadores británicos trataron a 325 pacientes que habían sufrido un infarto o una angina de pecho con amoxicilina (eficaz contra el Helicobacter), azitromicona (para la Clamidia) o placebo. Al año, los que habían recibido tratamiento antibiótico tenían un 36% menos de probabilidades de padecer otro infarto que los que recibieron el placebo.

El problema es que al ser eficaces los dos tratamientos, es posible que ninguna de las dos especies sospechosas esté implicada; que sea la acción antiinflamatoria de los antibióticos, o que los antibióticos 'actúan contra otros microorganismos que no conocemos y que afectan a la formación de infartos', según el director del estudio.

Una mujer muere en una clínica por una reacción alérgica

Trinidad López Isla, de 80 años, murió el 1 de mayo en el hospital de Madrid, un centro sanitario privado, a los pocos minutos de recibir una dosis de amoxicilina, una penicilina a la que era alérgica. La familia, que ha denunciado a la clínica, asegura que el personal de urgencias conocía a la mujer y sabía que era alérgica, además de constar este hecho en los informes médicos. Los hijos de Trinidad creen que todo ocurrió por un fallo de coordinación entre los trabajadores. La clínica, por su parte, afirma que la propia paciente, preguntada por los médicos, negó tres veces que fuera alérgica.

El juez que deberá resolver este caso se topará con dos versiones, la de la familia y la de los médicos, totalmente opuestas, sobre lo acontecido en el hospital de Madrid. La familia, tras presenciar la muerte de Trinidad, acudió a la Comisaría de Moncloa-Aravaca para denunciar a la clínica.

La mujer llegó al centro, acompañada de una de sus hijas, sobre las 20.15 porque sufría ahogos y problemas respiratorios. Por el mismo motivo ya había sido ingresada en la misma clínica el 17 de febrero y en el informe médico fechado entonces consta, en letras mayúsculas, como primer dato de los antecedentes personales: "Alergia a betalactámicos [penicilinas]".

La familia afirma que informaron al personal de urgencias de que era alérgica a la penicilina. La hija, además, asegura que una enfermera reconoció a la mujer del anterior ingreso y le preguntó: "Trinidad, tú eras alérgica a la penicilina, ¿verdad?".

A las 20.50, según la familia, la médico de guardia informó a los tres hijos que a esa hora ya habían acudido a las urgencias de las pruebas diagnósticas a las que estaba siendo sometida. También les interrogó sobre la medicación que tomaba Trinidad y les solicitó el informe del anterior ingreso, que los hijos dicen que le entregaron.

Informe

El hospital, en un documento firmado por la directora médico, ofrece otra versión y asegura que los hijos de la fallecida no les entregaron este informe hasta que Trinidad ya había muerto.

El texto, además, relata que, cuando es preguntada por los médicos, Trinidad "niega posibles alergias a medicamentos", aunque sí "relata detenidamente las enfermedades de base" que sufría, entre ellas, insuficiencia respiratoria, "hipercolesterolemia y colon irritable".

El documento del hospital añade que, antes de abandonar las urgencias para ser trasladada a planta, Trinidad "niega, de nuevo, alergias medicamentosas". Según la versión de la clínica, minutos después Trinidad "es recibida por la enfermera de la sexta planta, quien vuelve a interrogar a la paciente acerca de antecedentes médicos, incluyendo alergias, siendo negado de nuevo tal antecedente". "Uno de los hijos estaba presente en la habitación", sigue el informe.

A las 23.15, una enfermera y otro trabajador del hospital entraron en la habitación de Trinidad. Ésta, según la familia, les pidió algo de cenar, a lo que los sanitarios respondieron que ya era muy tarde y que lo único que le podían ofrecer era un zumo o un vaso de leche.

A continuación, la enfermera administró a Trinidad un gramo de amoxicilina por vía intravenosa. Sólo unos segundos después, cuando la enfermera aún estaba en la habitación, Trinidad exclamó: "¡Hay, Dios mío, qué mala me estoy poniendo! ¡Me queman los brazos, me pican los brazos, y el cuello y la boca! ¡Ayudadme, que me muero!".

El parte del hospital recoge que la mujer presentó "picor de manos, y en escasos segundos, parada respiratoria". Tras 50 minutos en los que los médicos intentaron reanimar a la mujer, ésta falleció a las 0.15 del 1 de mayo, según consta en el informe de exitus (muerte) de Trinidad.

La voluble geopolítica del medicamento

La industria farmacéutica, una de las más poderosas del mundo, afronta dos debilidades imprevistas. Si la urgencia del coronavirus debilita su sistema de patentes, el sector podría tener que reinventar su modelo de negocio. La industria necesita desarrollar un sistema comercial que equilibre la escasez y la accesibilidad. Y aceptar que China es el mayor productor de principios activos farmacéuticos (APIs) de algunos de los medicamentos más populares del mundo, como el paracetamol, el ibuprofeno o la amoxicilina. Los es desde hace una década. Hasta mitad de los años 90, Estados Unidos, Japón y Europa eran responsables del 90%. Hoy China y la India producen el 80% de los principios activos importados por Estados Unidos. No es una broma. No en un país donde un general y presidente, Dwight Eisenhower, escribió: “No resulta difícil demostrar que las batallas, las campañas e incluso las guerras se han ganado o perdido debido a la logística”.

Y el país se siente, si no en guerra, sí bajo un profundo conflicto. Estos días, el hombre puede construir un techo optimista común y pensar que vivimos una de esas fechas en las que fuimos la raza que debemos ser. Fechas que recuerdan a otras. El 4 de mayo pasado fue una de ellas, cuando empresas, países y oenegés acordaron destinar 8.000 millones con el fin de luchar contra la covid-19. Jornadas que recogen lo mejor del ser humano al verse exigido como especie. Sin embargo, el VIH, cuyo primer caso se identificó hace 40 años, aún no tiene vacuna. Detrás de esta lenta respuesta hay discriminación, negación y una sensación de falta de urgencia. Pero el mundo rota siguiendo sus impertérritos meridianos financieros.

“Las grandes firmas europeas como AstraZeneca, GSK, Novartis, Novo Nordisk y Roche ofrecen una rentabilidad por dividendo del 3,5%”, apuntaba un análisis de febrero de la gestora Columbia Threadneedle Investment. Aunque durante ese mes se les olvidó que les han olvidado. Hace tiempo que los medicamentos no les “pertenecen”. Al menos no todos. Médicos sin Fronteras llama a la India “la farmacia del mundo de las naciones en vías de desarrollo”. Es el tercer mayor productor por volumen y exporta el 20% de los medicamentos genéricos del planeta. Solo el Instituto Serum, que trabaja con AstraZeneca y la Universidad de Oxford, en su vacuna contra la covid-19, fabrica 1.500 millones de dosis al año. El 80% las exporta. Y es —asegura The Conversation— el mayor proveedor de Unicef. Aunque sufre, a su vez, la dependencia China. De allí provienen, los principios del paracetamol, el ibuprofeno o la amoxicilina. Resulta complicado competir contra los costes laborales y la electricidad china. Pero también será difícil producir una vacuna a escala planetaria sin ellos. O la India.

Sin duda, los medicamentos deben regresar a casa. Algo difícil. “Va a ser un desafío de las economías de escala producir un amplio volumen de APIs. Hará falta una coordinación dentro de los propios países europeos”, avisa Rory Horner, profesor de política económica de la Universidad de Manchester. Porque la geopolítica de los medicamentos, que nunca ha sido un juego de suma cero, solo acaba de empezar. En 2019 —acorde con Horner— Alemania fue el principal origen de las importaciones de medicamentos de China, seguido de Francia, Estados Unidos, Italia y Suecia. El gigante asiático importa, sobre todo, tratamientos contra el cáncer. Medicamentos caros. Habrá un reequilibrio. Estados Unidos gastó fuera del país el año pasado 20.000 millones de dólares en medicinas y equipos médicos. Da igual quién gane las elecciones de noviembre a la Casa Blanca. Ni republicanos ni demócratas seguirán sosteniendo cifras que escoden una dependencia tan elevada. Un ejemplo de esa carestía es la insulina. “Vital para la vida de 19 millones de estadounidenses diabéticos”, alerta Fernando J. Muzzio, profesor de ingeniería bioquímica en la Universidad de Rutgers (Nueva Jersey).

La industria española ha reaccionado a la partida con los genéricos. La Asociación Española de Medicamentos Genéricos (Aeseg) en una nota de mayo sostiene que los 13 centros de producción situados en España incrementaron su capacidad de producción “a pesar de las dificultades”. Y reivindica su mapa y su territorio. “El 70% de los genéricos consumidos en España se fabrica en el país”, precisa. “Y aunque el sector no está involucrado en el desarrollo de la vacuna, sí tiene gran capacidad de producirla a mayor escala en caso de ser segura y efectiva”, analiza Suzette Kox, secretaria general de la Asociación Internacional de Medicamentos Genéricos y Biosimilares. Todo lo que sea abaratar las recetas será necesario. “Por razones éticas y por la presión política, los Gobiernos no tendrán otra opción que dedicar recursos adicionales al sistema de salud. La atención ya sea pública o privada tendrá que financiarse con recursos públicos. Pero es probable que principalmente hagan falta nuevos impuestos”, vaticina Nicholas Barr, profesor de la London School of Economics (LSE).

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