Antibióticos de batea

De las más de 3.000 bateas que flotan en las rías pende algo más que un plato de comida. Ajeno al conflicto entre productores y conserveros, el mejillón, que sale de las aguas gallegas a razón de 300.000 toneladas al año, se mantiene inmune a la mayoría de las enfermedades. Semejante resistencia no podía pasar inadvertida para la ciencia. Tratándose de una especie tan gallega como el mejillón, no es de extrañar que su estudio se realice en el Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo (IIM), donde un equipo de científicos trata de desentrañar las claves de su capacidad inmunológica y sus aplicaciones médicas.

"El mar, además de basurero universal, puede resultar una estupenda despensa de medicinas", ironiza el profesor Antonio Figueras, director del grupo de Patología de Organismos Marinos del IIM, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Es el grupo que trata de avanzar en el mejillón como antibiótico natural, y no sería la primera vez que la farmacia se nutre del mar. Sólo hay que recordar lo ocurrido con la trabectedina, conocida comercialmente como Yondelis, derivado de un compuesto marino con eficacia en el tratamiento del sarcoma de tejido blando avanzado.

En realidad, la aportación del mar a la biotecnología está repleta de ejemplos notables. "Los cangrejos herradura producen un péptido que inhibe la replicación del virus de inmunodeficiencia humana, con ensayos preclínicos tan eficaces como los medicamentos más utilizados contra el sida. Los tiburones originan la escualamina, una sustancia con propiedades antibióticas y antifúngicas. Y las células urticantes de las medusas y de las anémonas sirven para suministrar medicamentos de forma poco dolorosa y eficaz", relata Figueras.

El descubrimiento que permitió considerar las posibilidades antibióticas del mejillón fue una nueva clase de péptidos antimicrobianos, denominada myticina C. "El hallazgo supone un importante avance en el conocimiento del sistema inmune de estos bivalvos y permitirá mejorar la resistencia a enfermedades y desarrollar tratamientos preventivos para estos y otros animales; incluidos los humanos, por supuesto", explica el profesor del IIM.

Los péptidos antimicrobianos son pequeñas moléculas presentes en la gran mayoría de organismos, que actúan como antibióticos naturales. "Forman parte del sistema inmunitario innato, no específico, que se encarga de defender al organismo de todo lo que éste no reconoce como propio", agrega Figueras. Dado que los mejillones no son capaces de desarrollar inmunidad adquirida, y por lo tanto no pueden ser vacunados, "el conocimiento de su sistema innato es de vital importancia para la prevención y tratamiento de sus posibles enfermedades".

La investigación forma parte del proyecto europeo Imaquanim para mejorar la resistencia a enfermedades de las especies más importantes en la acuicultura comunitaria: salmón, trucha, lubina, mejillón y ostra. En él participan universidades y organismos públicos de investigación de 17 países. No es el único proyecto internacional del equipo de Figueras, quien coordina la investigación del Consolider Aquagenomics, integrado por 80 doctores de distintas universidades españolas, el CSIC y el Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria. El objetivo: estudiar y optimizar diversos aspectos relevantes en el cultivo de tres especies clave en la acuicultura española: el rodaballo, la dorada y la lubina, desde una perspectiva genómica y biotecnológica.

El estudio de las propiedades antibióticas de los mejillones abre una nueva vía a una especie cuyo cultivo supone casi el 90% de la acuicultura española. Eso sí, con paciencia. Es el inicio de un proceso complicado, que debe superar los férreos controles necesarios para licenciar la molécula para su uso médico o veterinario. El paso previo para que el mejillón pase de la mesa a la farmacia.

Antibióticos

El arsenal de antibióticos lo bastante potentes como para aniquilar las bacterias más peligrosas está menguando rápidamente en todo el mundo. Esto hace que los médicos especialistas en enfermedades infecciosas a los que el asunto les preocupa estén más decididos que nunca a que los medicamentos sólo se empleen cuando sea estrictamente necesario. Los infectólogos saben que todo antibiótico entraña sus riesgos y que, cuanto más frecuente y generalizado sea su uso, más probable es que los microbios perjudiciales desarrollen estratagemas para eludirlos.

Un equipo de investigadores de Holanda, donde el uso selectivo de los antibióticos ha llevado a unos niveles reducidos de bacterias resistentes, considera que los dedos acusadores de la medicina no han llegado lo bastante lejos. "Como médicos, hemos prestado mucha atención a cuestiones como qué antibióticos deberíamos utilizar para tratar cierta clase de infección, pero nos hemos centrado mucho menos en cuánto debería prolongarse ese tratamiento", señala Jan Prins, del Centro Médico Académico de Amsterdam.

En un pequeño pero provocador estudio publicado en el número de junio de la revista EMJ, Prins y otros especialistas de nueve hospitales indican que incluso algunos casos de neumonía (una enfermedad potencialmente mortal) podrían tratarse con un régimen de antibióticos de tres días, en lugar del tratamiento convencional de 7 a 10 días.

El estudio holandés evaluó los índices de curación de 186 adultos hospitalizados por neumonía leve o moderadamente grave. Todos recibieron un tratamiento inicial con amoxicilina intravenosa durante tres días. Después, se dividió aleatoriamente en dos grupos a los 119 pacientes que mostraron una mejoría considerable; alrededor de la mitad de ellos continuaron con otro régimen de amoxicilina oral de cinco días, y el resto recibió unas pastillas de azúcar de aspecto similar (placebo). Ni los pacientes ni los médicos supieron quién estaba recibiendo cada tratamiento hasta el final de su participación en el estudio (a doble ciego).

Al final del tratamiento, aproximadamente el 89% de los pacientes de cada grupo se recuperaron de sus infecciones pulmonares sin más intervenciones. En un comentario que acompaña al estudio, John Paul, microbiólogo del hospital Sussex County de Brighton (Inglaterra), dice que, al menos para un subgrupo de pacientes con neumonía no complicada y adquirida en la comunidad, el hallazgo "sugiere que deberían revisarse las directrices actuales que recomiendan un tratamiento de siete a 10 días".

Prins no está dispuesto a llegar tan lejos. "Éste es tan sólo el primer estudio, pero espero que otros tengan el coraje de ponerlo a prueba", señala. Las decisiones sobre los tratamientos, añade, deberían guiarse por la ciencia, y no por la tradición.

Michael Fine, un experto en neumonía de la Universidad de Pittsburgh, dice coincidir con Prins en que los médicos deberían reducir el uso de antibióticos, sobre todo contra numerosas infecciones respiratorias que son causadas por un virus o mejorarían por sí solas sin tratamiento. "Pero yo no empezaría por la neumonía, en la que el riesgo de tratamiento insuficiente es muy elevado", afirma Fine. "En lo relativo a la resistencia a los medicamentos, tenemos cosas más importantes que hacer".

En Estados Unidos, la amoxicilina ni siquiera es el antibiótico de referencia para tratar la neumonía, comenta Fine, en parte porque el uso excesivo de penicilinas y otros antibióticos de amplio espectro para bronquitis aguda, dolores de oído, obstrucción de senos nasales, dolor de garganta y resfriados ha estimulado una resistencia generalizada en los microorganismos.

Muchos médicos citan con frecuencia la presión a la que los someten los pacientes como motivo para recetar un antibiótico "por si acaso" cuando la fuente de una infección del tracto respiratorio superior no se puede determinar con precisión. Pero Prins señala que los médicos holandeses rara vez tratan un dolor de garganta o una bronquitis aguda con antibióticos, y sus pacientes parecen aceptarlo, tal vez por el lenguaje que emplean para describir la infección. "Es más probable que la definamos como un mal resfriado o una gripe, y que los mandemos a casa a descansar y beber muchos líquidos", dice.

Los resultados de un ensayo de 2002 que comparaba el uso de antibióticos entre médicos holandeses y belgas en dos comunidades similares corroboran esa cuestión. Los síntomas que los médicos de familia belgas atribuían a una bronquitis, los holandeses los describían como una gripe o un resfriado. Los médicos belgas también tenían muchas más probabilidades de recetar antibióticos. "Mi idea para el tratamiento de la neumonía o cualquier otra cosa es que me gustaría utilizar tantos antibióticos como sean necesarios, pero no más", señala Prins. En cada caso particular, también deberían tenerse en cuenta los riesgos de un tratamiento insuficiente, afirma, "pero, al final, el consumo de antibióticos determina las tasas de resistencia, y tanto el individuo como la comunidad estarán mucho peor si un día ya no quedan antibióticos con los que tratar su afección".

Recientemente, Ralph Gonzales, médico internista de la Universidad de California, en San Francisco, fue miembro de un grupo al que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE UU encargaron que desarrollara una guía para el uso racional de antibióticos en diversas enfermedades. En su evaluación de la bibliografía, señala Gonzales, el grupo descubrió que las pruebas sobre cuánto tiempo debe administrarse un medicamento varían notablemente de una enfermedad a otra.

Para algunas -una simple infección urinaria, por ejemplo-, un tratamiento breve con el antibiótico adecuado funciona tan bien como los regímenes más prolongados, al menos en mujeres menores de 60 años. En otras, como la bronquitis aguda, el mejor estudio aconseja que casi nunca se receten antibióticos, ya que la infección es vírica, o de lo contrario se resuelve por sí sola; los medicamentos no aceleran la recuperación. En otros casos, como la sinusitis aguda y los dolores de garganta, los antibióticos sin duda ayudarán a un reducido porcentaje de los pacientes, afirma Gonzales. La clave está en averiguar a cuáles. "Existen pruebas sólidas de que un tratamiento de 10 días con penicilina mitiga la inflamación de garganta", comenta Gonzales, "mientras que si se interrumpe su administración al cabo de tres o cinco días, el paciente tiende a recaer. Pero la inflamación de garganta sólo supone alrededor de un 10% de los dolores de garganta".

Los principales indicadores de que una infección puede ser bacteriana son la repentina aparición de dolor, garganta enrojecida y salpicada de placas blancas, fiebre y glándulas linfáticas hinchadas, pero no se observan tos ni congestión nasal.

"Los pacientes nunca deberían dar por sentado que ellos mismos pueden disminuir con seguridad el tratamiento cuando empiecen a encontrarse mejor", comenta Gonzales. "No sólo se arriesgan a fortalecer al microbio y sufrir una recaída si una dosis incompleta del medicamento no llega a matar a la bacteria, sino que también pueden contribuir al problema de las resistencias bacterianas".

"Puede resultar confuso para los pacientes, pero tanto un tratamiento insuficiente como excesivo con antibióticos fomenta la resistencia a los medicamentos", añade Gonzales. "El tratamiento insuficiente es la cerilla, pero su consumo excesivo es la gasolina que se echa al fuego".

Próximos artículos:

Antibióticos para tres días de anginas - Tratamientos para tres días de anginas, o para siete. Los envases de los antibióticos cambian su formato para ajustarse a la duración de los tratamientos más habituales. Así, los envases de amoxicilina de 500 gramos, por ejemplo, pasarán de contener 12 comprimidos a 20; o de 24 pastillas a 30. La Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) ha hecho públicas hoy las recomendaciones para que los fabricantes adecuen los envases a lo que se ha conocido tradicionalmente como unidosis. Tendrán seis meses para hacerlo.

Antibióticos y catarros - La mayoría de los catarros están provocados por virus, por lo cual hay que prescindir de los antibióticos para tratarlos, ya que su eficacia ante una infección viral es nula, según un estudio recién publicado en Journal of Clinical Microbiology. El uso inadecuado de estos productos -muy extendido entre la población- supone, además, contribuir a que aumenten las resistencias de los agentes patógenos a los antibióticos.